Además de la visión cuatripartita del ser humano que hemos visto en el punto anterior, en su libro Teosofía, Steiner nos describe las tres fuerzas del alma. En este apartado explicaremos en qué consiste cada una de ellas. El alma es exclusiva del ser humano, y se trata del cuerpo astral pero permeado por el “yo”, es el cuerpo astral humanizado. Un ser humano sin educar o muy primitivo puede 16 tener un cuerpo astral como el de un animal y en ese caso carecería de alma, aunque tuviera la posibilidad de desarrollarla. Es este aspecto es también crucial no confundir el concepto de alma de Steiner con el concepto de alma propio del cristianismo. El propio Steiner ya reconocía el riesgo de poner nombres conocidos y confundirse. Es por esta razón por la cual en este trabajo pondremos atención en esto en diversas ocasiones.
«Así pues, el hombre es ciudadano de tres mundos. Mediante su cuerpo forma parte del mundo que también percibe con su cuerpo; mediante el alma se edifica su propio mundo; mediante su espíritu se le revela un mundo que se eleva por encima de ambos.» (Steiner, 1994, p. 29)
1. El pensamiento: Espíritu
«El pensar es una función que se manifiesta en una secuencia de procesos por cuyo medio se interioriza el mundo externo: el mundo externo se convierte en mundo humano interno.» (Steiner, 1999, p. 133)
Detengámonos en la forma en la que conocemos el mundo. En primer lugar, el mundo físico nos es perceptible a través de nuestros sentidos; lo palpamos, lo olemos, lo vemos, lo oímos. Cuando estas percepciones penetran en nuestro mundo interior se entretejen con percepciones anteriores y se convierten en asociaciones. Así formamos una imagen preliminar del mundo, basada en la experiencia.
Esta imagen empírica del mundo la compartimos con los animales y Steiner se refiere a ella como algo instintivo. Este instinto contiene gran sabiduría, pero no deja de estar regulado por apetencias e impulsos. Es lo que llama Pawlow el “reflejo condicionado”. Solamente el hombre posee un pensar consciente y para ello se necesita un “yo”. El bebé, hasta los 2 o 3 años, que es cuando hace su aparición por primera vez su “yo”, está más próximo a un animal, aunque al mismo tiempo sea muy diferente pues lleva en él la semilla de convertirse en hombre. A través del “yo” se ordenan estas percepciones y asociaciones, permanentemente en evolución, y las convertimos en algo personal. Para ello necesitamos la capacidad de recordar, que se podría definir como la renovación 17 una y otra vez de esa interiorización. La conciencia del “yo” y el recuerdo son
inseparables. (Lievegood,1999)
Por tanto, hay tres fases en el pensar: primero se forman los reflejos condicionados, luego se crean asociaciones y por último existe el pensar consciente. Con este pensar, el ser humano, puede elevarse por encima de lo que le gusta y lo que le disgusta, las simpatías y antipatías e intentar captar leyes objetivas que existen más allá de sus apetencias.
El hombre solo puede hacerse una idea clara de sí mismo cuando toma consciencia del pensar, lo que se llama metacognición, es decir, ser consciente del propio pensar. Podríamos decir que el cerebro es el instrumento corporal del pensamiento, o también, del espíritu. De hecho, en el hombre, alcanza el máximo tamaño, en proporción al resto del cuerpo, en relación a otros animales. Todo nuestro cuerpo está estructurado de tal manera que encuentra su culminación en el cerebro, el órgano del espíritu.
Con el pensar, el hombre transciende la inmediatez que le rodea para captar algo que va más allá de su propia percepción. Aprehende las leyes universales y así se contempla a sí mismo como ciudadano del mundo. De este modo, el hombre es el único que busca la verdad que le transciende a él mismo.
Sería absurdo hablar de la verdad con respecto a lo que cada uno sentimos, pero ya no es tan absurdo hablar de la verdad con respecto a los conocimientos que tengo que no tienen que ver con mis sentimientos. Si no tuviéramos el pensar, no podríamos experimentar ningún tipo de libertad, seríamos como hojas
llevadas por el viento. Sin embargo, el hombre reflexiona sobre sus propias acciones y percepciones. Con esta reflexión adquirimos conocimientos sobre las cosas. En el pensar, el hombre está despierto.
2. El sentir: Alma
«El pensar es un proceso de interiorización del mundo externo, y la voluntad es una función en la que el mundo interno se exterioriza, lo característico del sentir es oscilar continuamente entre el abrirse y cerrarse al mundo externo. Con la simpatía el alma se abre al mundo; con la antipatía se cierra a él y lo rechaza; la vida emotiva oscila cual péndulo entre simpatía y antipatía, amor y odio, risa y llano; es un gran proceso respiratorio entre alma y mundo.» (Lievegood, 1999, p. 151)
Con esta fuerza del “yo”, el hombre oscila entre abrirse y cerrarse al mundo externo. Con la simpatía2 nos entregamos al mundo y con la antipatía nos retiramos. Podría asemejarse a un proceso respiratorio, inspiramos y expiramos el mundo exterior. El sentir es el regulador de nuestra voluntad y de nuestro pensar.
Tenemos sensaciones a través de nuestros sentidos, pero no son meramente físicas. La luz penetra en el ojo y se propaga hasta la retina. No obstante, la sensación del color no se puede explicar físicamente. Si solo buscamos en la materia, no encontraremos sensaciones. Los órganos sensoriales no son perceptibles con el ojo físico, para Steiner, tienen naturaleza espiritual. A estas sensaciones se les añaden los sentimientos de placer y de displacencia. Por ello, hay que considerar la sensación como algo anímico, a la que se vincula inmediatamente un sentimiento. Una sensación le produce a uno placer y a otro desagrado. El hombre se crea un segundo mundo que superpone al que actúa sobre él desde el mundo exterior. En el sentir, el hombre sueña.
3. La voluntad: Cuerpo
Con esta última fuerza del alma, el hombre exterioriza el mundo interno. Gracias a la voluntad actuamos, por lo tanto, es acción. Pero ¿cómo surge o que naturaleza tiene la voluntad? En primer lugar, aclararemos qué es lo que no considera Steiner voluntad propiamente dicha, aunque estas sean también acciones. Para ello voy a citar de nuevo al Dr. Lievegood:
«Los impulsos vegetativos, los deseos animales y las motivaciones humanas, brotan de energía oriundas del propio organismo, pululan en él con pujanza primaria y se hacen visibles en forma de acciones. Solo cuando entran en interacción con el mundo de nuestras experiencias conscientes y son reguladas y dirigidas por la consciencia, solo entonces podemos hablar de voluntad.» (Lievegood, 1999, p. 162)
Los impulsos los compartimos con el mundo vegetal y están ahí desde que nacemos y tenemos vida. Son totalmente inconscientes y se manifiestan en nuestro organismo como el crecimiento, la reproducción, etc. Estos se encuentran muy cerca de los instintos animales. Lo que los distingue es que el animal tiene sensaciones porque tiene un cuerpo astral, sin embargo, las plantas solo tienen reacciones porque carecen de él. El instinto es más elaborado, como el que se encuentra tras la construcción del nido, el instinto gregario, etc., algo que el hombre también experimenta. El hombre tiene instintos que a través de la imitación de otros humanos son particulares de su especie y no los comparte con el resto de los animales. Estos serían el instinto de erguirse o de hablar, pero ¿podemos llamar a esto voluntad?
Según Steiner, esto aún no es voluntad, puesto que todo esas acciones, impulsos e instintos, están totalmente supeditados a necesidades orgánicas. Para que lo consideremos voluntad necesitamos la consciencia, es decir, requeridos de nuestro “yo” mandando sobre ellos. En el niño, esta forma de voluntad aparece hacia los 6 años, y aún entonces sus acciones son un 90% deseo y un 10% voluntad consciente. Esto es algo que podemos observar cuando el niño, ya de 6 años, juega y tiene un objetivo en el juego que puede durar varios días. Su intención es mucho más clara y es uno de los signos de que ya está maduro para comenzar el aprendizaje académico en primaria.
Poco a poco ese porcentaje se irá alterando y la voluntad se hará cada vez más consciente. En la voluntad, está dormido