«La imaginación es crear imágenes que no están presentes para los sentidos.» (Pierce, 1977, pag 32)
En la pedagogía Waldorf, hay dos herramientas fundamentales para el desarrollo de la imaginación. Una es el juego libre y la otra es la narración, contar cuentos. Y hay dos enemigos con nombre y apellidos: la tecnología y la enseñanza intelectual prematura.
El juego libre
«En el juego, el niño refleja lo que está pasando a su alrededor (…) Todo lo que el niño quiere hacer es imitar el trabajo de los adultos.» (Steiner, R, 1988 pág. 80)
Steiner se refiere, por tanto, al juego espontáneo del niño. Aunque está muy de moda que el niño aprenda jugando, en Pedagogía Waldorf no es exactamente así. Hay que diferenciar entre el juego libre o simbólico y un juego didáctico. Aquí nos estamos refiriendo al verdadero juego que ha de ser libre. Parte de la imaginación del niño y nadie lo está dirigiendo. Parte de él porque lo necesita, le da placer, lo disfruta, lo planea él. De esta forma puede vivir otros mundos. Mundos que han salido de su imaginación. Los propios niños se convierten en personajes sanadores para ellos porque viven situaciones que, aun siendo ficticias, las necesitan para superar traumas o situaciones duras de la vida real.
El juego actúa como válvula de escape. Los beneficios del juego son innumerables y por ello en los jardines de infancia Waldorf se juega casi todo el tiempo. Es la base de la educación infantil y es insustituible. Si a un niño no se le permite jugar, las consecuencias son terribles, es una mutilación no solo a su imaginación, sino a todo su ser. Para el niño, jugar, es una actividad muy seria a la que se entrega totalmente.
El juego del niño también tiene una evolución. Empieza cuando todavía es un bebé siendo su primer juguete su propio cuerpo. Primero descubre sus manos que entran y salen constantemente de su campo visual, después se descubren los pies que son todavía más divertidos. Todos hemos observado la alegría que le produce a un lactante moverlos. Alrededor de los cuatro años, el juego del niño sufre un gran cambio: comienza a desarrollar su imaginación. Ya no solo juega con lo que tiene a su alcance, sino que transforma los objetos en cualquier cosa. Un trozo de madera un día es un barco y al día siguiente un ladrillo de una casa. Una característica de esta etapa es la rápida transición del mundo de la fantasía a la realidad y viceversa. Hacia los seis años hay otra transformación: ahora el niño tiene un objetivo claro y su juego puede durar días.
Las narraciones
«Si quieres que tus hijos sean inteligentes, léeles un cuento de hadas; si quieres que tus hijos sean más inteligentes, léeles muchos cuentos de hafas…» Albert Einstein.
La pedagogía Waldorf recupera la tradición oral. Los maestros desde infantil hasta bachillerato deben ser formados en el arte de contar. En infantil, las maestras, cuentan cuentos de hadas y en bachillerato su temario correspondiente. Cada etapa tiene historias diferentes y siempre habrá una gran diferencia entre un maestro que hable con claridad, con buena dicción, con pausas y transmitiendo imágenes vivas a un maestro que habla murmurando y de manera monótona o peor aún que no hable porque sustituye su palabra por un libro de texto.
Este arte, que debe adquirir todo maestro Waldorf, desarrolla múltiples capacidades en el niño. Una, sin duda, es la imaginación. El niño cuando escucha un cuento tiene que crear él mismo las imágenes. No hay nada más diferente que ver una película de Walt Disney o escuchar un cuento bien contado por un adulto. Ni siquiera es lo mismo que leer en alta voz. Si el contador conoce el cuento como para poder contarlo de memoria es que “lo ha hecho suyo” y el receptor recreará las imágenes en su cerebro. Otra capacidad fundamental que deben desarrollar los niños actualmente es aprender a escuchar. Escuchar mientras que se está pensando que se va a contestar no es escuchar. La verdadera escucha no es un acto pasivo, sino un acto activo para entender al otro. El escuchar cuentos desde pequeño y durante toda la etapa escolar es fundamental. Actualmente, se desprecia la clase magistral y todo tiene que ser interactivo. Se está acabando con el arte de contar y escuchar y eso nos lleva a convertirnos en seres humanos centrados en nosotros mismos y aislados del resto, sin entendernos unos a otros. (Steiner,1991)
Aparte de saber contar es importante que el maestro sepa qué tipo de narraciones son adecuadas para cada edad. Lo primero que se cuenta son pequeñas historias, muy sencillas y que contengan retahílas, repeticiones y rimas. A los niños entre 3 y 5 les encantan los cuentos muy rítmicos y sobre todo los que van añadiendo personajes o cosas y cada vez que se añade algo se vuelve a empezar. Es también la edad de los juegos de dedos. Luego, a partir de los 5, ya se les puede empezar a contar cuentos de hadas tradicionales con un argumento más elaborado. El valor educativo de estos cuentos es inmenso.
El niño se identifica con el personaje que suele pasar por duras pruebas y finalmente triunfa. Es maravilloso observar las caras de los niños y como después de haber contenido la respiración en momentos de peligro, suspiran tranquilos cuando acaba con un final feliz.
En este punto debemos hacer una alusión a lo absurdas que son las versiones que prescinden del lobo, es decir, de todo lo que pueda dar miedo al niño. De nuevo el error es no entender que el niño percibe el mundo de una manera diferente a un adulto. Una y otra vez recalco esta confusión para ayudar a entender por qué Steiner insistía en que observáramos directamente a los niños y no hiciéramos teorías desde nuestro pensamiento adulto. Nosotros tenemos una forma de pensar ya muy esclerotizada y no nos cabe en la cabeza que un lobo no de miedo o que una princesa no sea una imagen estereotipada de una mujer objeto. Lo importante es ser muy observadores. Si cuando un adulto cuenta y está pensando en el miedo que da el lobo y cuando está hablando de él cambia el tono de voz, lo que está transmitiendo es su intención de dar miedo.
Es muy sutil pero el niño, y más antes de los 7 años, todo lo capta, somos transparentes para él, todo le afecta. Hay que contar de manera que no se vea tu personalidad sino dejar al cuento que hable por sí mismo. Por eso se necesita formación, porque hemos perdido la sabiduría ancestral de qué era un cuento de hadas y de tantas cosas que la pedagogía Waldorf recupera y que por eso se la tilda de anticuada.
El ambiente de cuento de hadas se mantiene todavía en 1º y 2º de primaria. Normalmente, el maestro acaba su clase con un cuento y los niños lo toman como un regalo. Un maestro Waldorf va a permitir que esas imágenes vivan en el niño y se asienten sin cometer el tremendo error de hacerles preguntas para ver si lo han entendido. Eso sería destripar el cuento y destrozarlo. Para el niño, un cuento es una vivencia muy profunda.
A partir de 3º de primaria se empiezan a contar mitologías, eligiéndolas, no al azar, sino buscando cual es la más adecuada según la edad. Steiner dio algunas indicaciones al respecto, pero siempre dejando claro que eran solo ejemplos. Desgraciadamente, se han convertido, como con casi todas sus recomendaciones, en algo casi unánime en todos los colegios Waldorf del mundo. Es verdad que es difícil sustituirlas y sobre todo el tipo de narraciones que recomendó a lo largo de toda la primaria sirven de modelo de como el curriculum Waldorf se va adaptando al momento evolutivo del niño. Debemos aclarar también que las narraciones acompañan al niño durante todo un curso escolar, convirtiéndose en el hilo conductor. Normalmente, el tutor, las cuenta al final de sus clases principales. Suelen durar entre 20 y 30 minutos y al final de curso se hace una pequeña obra de teatro para que la experiencia sea más completa. Así, cuando el niño tiene entre 8 y 9 años pasa por lo que hemos llamado “el Rubicón”, una pequeña crisis que le hará abandonar su jardín del Edén de la infancia en el que se sentía totalmente integrado. Ese abandono le produce dolor y se siente por primera vez separado del mundo. La mitología que puede acompañar este sentimiento es la hebrea, el antiguo testamento, el cual relata una y otra vez como el pueblo judío es expulsado y perseguido.
En 4º de primaria, más o menos entre los 9 y 10 años, los varones se vuelven muy bruscos y aparentemente desprecian a las niñas, no se quieren sentar al lado de ellas, se burlan… Son como vikingos, tirando de las trenzas a sus mujeres, pegándose con martillos…,la narrativa adecuada podría ser la mitología nórdica.
En 5º, a los 11 años, empieza a despertar en ellos la capacidad de captar las leyes de causa y efecto, es un despertar del pensamiento abstracto. Sus cuerpos son atléticos y proporcionados y todavía no presentan el típico cuerpo
deslavazado de los adolescentes; siguen siendo gráciles. Ese bello equilibrio, entre el despertar intelectual y la armonía corporal, nos recuerda al ideal de belleza griego; es el momento de contar la mitología de este pueblo increíble cuyos dioses están investidos de nuestras propias pasiones, se pelean, tienen celos, son egoístas, mienten…, y aun así nos cautivan sus historias de héroes y heroínas.
A los 12 años, los niños están ya capacitados para entender la historia como un devenir, donde una época es la causa de la siguiente. Hasta ahora, los niños no eran capaces de captar el flujo que lleva de una época a otra. Es lo mismo que ocurrió con la propia humanidad cuando antes de inventarse la escritura y contabilizar el tiempo, se contaban mitos. Con los niños ocurre lo mismo. Antes de esta edad, al niño, no le importa ni donde ni cuando han ocurrido los acontecimientos. Ahora sí y por eso hasta 5º de primaria, no se enseña la historia como tal. ¿Qué sentido tiene estudiar historia si no tienen el concepto de tiempo definido? Este es un ejemplo de cómo los programas escolares están hechos sin tener en cuenta al niño. Se diseñan desde la cabeza adulta y se imponen a los niños aun cuando no están preparados para ello.
Pero las narraciones continúan. Entramos ya en la enseñanza de la historia propiamente dicha. Steiner, en muchas de sus conferencias, nos recomienda enseñar la historia a través de biografías (Steiner, 1972). Cuando enseñamos Roma, en 6º de primaria, no hay nada que les guste más a los niños que la biografía de Julio César contada al detalle. Normalmente somos muy poco conscientes de que el niño está creando imágenes muy concretas en su mente, con colores, movimiento y sobre todo con una secuencia coherente de espacio y tiempo. Si nosotros no estamos en su mismo “escenario” le podemos confundir. Por eso los maestros deben recibir mucha formación en el arte de narrar, tienen que desarrollar la capacidad de contar desde dentro de la escena que se está relatando y desde dentro del personaje cuya biografía está contando.
Así seguiríamos narrando a lo largo de los cursos hasta que, a los 14 años, al final del 2º septenio, hayamos dado al niño una visión de la historia hasta nuestros días. A partir de entonces se vuelve a empezar, pero con un acercamiento más detallado y, sobre todo, apelando a su opinión personal; hasta los 14 años es una exposición sin juicio de lo que ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad. Después de los 14 años, el maestro debe fomentar el debate y el cuestionamiento del acontecer histórico.